martes, 2 de abril de 2013
lunes, 25 de marzo de 2013
Ja!
Ocurre demasiado a
menudo. Hay un momento en no pocas charlas, tras unos instantes de
tensión argumental en el que alguien quiere terminar con una frase
lapidaria. Hay quien que se mete a charlar pensando que anda en el
patio del colegio o en una tertulia de la tele. Es el bravucón, el "misticorro", el charlatán o el despistado que en mitad del diálogo
descubre que en realidad no sabe dónde se ha metido y, antes que
desaparecer cual ninja, se empantana más y más y se afana en
introducirse el berenjenal con avidez. Si busca protagonismo,
aprobación de sus correligionarios o el Nirvana, nadie lo sabe.
Espero que os suene, porque voy a ser sincero: estoy algo sensible y
necesito un poco de empatía; un poco de calor y amistad; porque
siento algo de desamparo y necesito sentir que no estoy sólo, que
tengo compañeros comprensivos en mi odio intenso a ese momento en el
que sabemos que lo mejor es no haber abierto la boca para no tener
que escuchar el mejor comentario del día: “Y punto”. Hasta ese
preciso instante uno piensa que habla con una criatura cabal, pero
sólo con escuchar la frase la idea se esfuma porque sabemos que
andamos con un verdadero fürer de la conversación.
Desde el principio, al
fürer no le importaba lo que estabas diciendo. Había desde
el principio un interés en hablar por hablar y sentirse especial,
como el que recita las definiciones de los crucigramas que resuelve a
sus amigos y cree que es muy listo y muy leído. Pero resulta que el pasatiempos se ha hecho serio para él y eso no es lo que se
esperaba. La charla no tiene la calidad de los debates de Punto
Pelota y como al fürer se la suda la lógica, la coherencia,
la retórica y la verdad, la cosa ya no le importa. Y por supuesto, no
se va a marchar tirando de capote o reculando, porque eso no se lleva.
Así que al final nos
tenemos que enfrentar a la cruda realidad. Cuando se nos dice “y
punto”, en realidad se dice: “No, si es verdad que yo no es que
tenga mucha idea de lo que hablo, pero como pienso estas cosas y ni
tú ni nadie va a hacer que cambie de idea, tus refinados argumentos
me la sudan. Me la sudan desde antes que empezaras a hablar. Cállate
la boca”. Vamos, que al final el tonto eres tu, por pensar que
andabas charlando con alguien inteligente desde el principio.
Texto de Javier Moreno
Ilustración de Sergio Massó
Texto de Javier Moreno
Ilustración de Sergio Massó
lunes, 11 de marzo de 2013
Futurología o de cómo todo está escrito en el universo
Veamos qué es lo que los astros nos esconden. Hoy vas a pisar una mierda, o tal vez sí pero no. Intenta evitar los charcos. El agua moja. Casi en un plazo máximo de la eternidad más uno, te cruzarás con una persona con la energía inestable (un gilipollas) que va a molestarte y a decirte algo que no te gusta. Pero cuidado: si el número pi del eje de rotación al cuadrado cuántico de la energía extrema de la constelación de Orión se alinea con la masa de tu ombligo (que es lo que te importa de verdad), entonces el gilipollas eres tú. El fin del mundo será un día.Todo esto me lo han dicho unas piedras echadas sobre un tapete. Todo parecido con un juego de azar es producto de tu imaginación.
¿Por qué cuando la gente habla de
estas consultas mágicas nadie dice “he ido a que me echen las
cartas y me han dicho que soy un hijo de puta”? Imaginad que vais a
una sesión de futurología aurológica por medio del tarot del
Círculo Polar Ártico y después de algunos lanzamientos de cartas,
la mujer con el punto carmesí en la frente dice: “las cartas me
dicen que eres un pagafantas”. ¿Por qué en la lectura de manos
nunca se nos dice que nos hacemos muchas pajas?
Ahora en serio: cierto; el mundo está
hecho mierda, sí; ahora apetece escuchar palabras amables, mentiras
reconfortantes que proporcionen alivio; pero entre los tertulianos de Intereconomía, los titulares de La Razón y la poderosa lógica de
los discursos de nuestro Presidente ya andamos suficientemente
servidos de chorradas.
Texto de Javier Moreno
Ilustración de Segio Massó
viernes, 8 de marzo de 2013
lunes, 25 de febrero de 2013
domingo, 24 de febrero de 2013
Manzanitas
Hablemos a voz en grito de las
manzanitas. Se dice, se comenta en voz baja, pero la horda da tanto
miedo que hay que refugiarse en internet para evitar el linchamiento.
Aquí escondididito, me voy a quedar a gusto. A ver: el usuario
medio de las manzanitas Apple es tonto. Sus usuarios más avezados y
cabreros son los gafapastrosos y su versión evolucionada y mejorada
por los ingenieros de la originalidad en lata: el nerd y el hipster,
criaturas hibridadas y a veces indistinguibles. Su Dios muerto, el
señor Jobs, ideó a golpe de látigo la mejor idea posible del
universo de lo vendible:
“Eh, hagamos cacharros preciosos. Hagamos cacharros buenos pero por encima de todo, hagámolos bonitos. Hagamos publicidad de cojones y hagamos que quien no tenga uno, lo desee desesperadamente. Y mejoremos todo esto. Hagamos que quien ya tenga uno, quiera comprarse otro que tendrá nuevas chorradas. Mejor que todo: vendamos productos capados y luego, vendamos lo mismo, más caro, haciéndoles creer que tienen cosas que no tenían ya. Haremos esto tan bien que tener uno de nuestros cacharros será como ser miembro de una religión”.
Y, querido lector, así se hizo. Cada
usuario no sólo realiza publicidad gratis cada vez que saca su
portátil o teléfono, sino que querrá convencernos de que tenemos
que tener uno. Vamos, que el usuario medio de la manzanita es como un
comercial de ONO (de esos que ponen sus stands en la calle o van de
puerta en puerta) que no cobra.
Las vergüenzas de la manzanita son vastas. Aparte de ser una especie de secta ultramillonaria con sus particulares yihadistas, sus maquinitas son insultantemente chic:
- El ipad, un telescketcher con internet que te hace parecer la mar de sofisticado aunque vayas en chándal. Tiene un hermano pequeño, doblemente inútil e incómodo.
- El iphone, un teléfono lleno de utilidades-inútiles al que estamos subyugados por la factura de internet y por la cantidad de indeseables y desconocidos que nos hablan por el waasup.
- El ipod. Un MP3 muy caro.
- La familia MAC. Ordenadores para gente pija (o que lo pretende, dado su precio) y tan bonitos que apetece darles un bocao'. En otro tiempo eran de verdad exclusivos, pero ahora están hechos como el resto, en una cadena de montaje china.
- Software vario. Lindezas de diseño más o menos eficientes que para ser usadas es obligatorio pagar el peaje de usar sólo productos manzanita. Un premio al marketing y al comercio agresivo.
“Todos los productos de Apple son
mejores”. Ese es el mandamiento. ¿Mejores para qué? ¿Para jugar
al Counter Strike seis horas al día y para programar dos? ¿Para
Photoshop? ¡Iros a cagar!
Os juro por mi respetable madre que he llegado a ver a
una de estas criaturas en un bar abriendo uno de esos cacharros y
encontrarme que el tipo tenía instalado Windows XP. Pero ahí no acaba la cosa,
porque si la gilipollez de enchufarse en una fiesta con un portátil
MAC que usa Windows es tamaña, ir después directo al tuenti es
querer hacerlo bien. Esto es querer ser tonto y además con pedigrí.
Texto de Javier Moreno
Ilustración de Sergio Massó
Texto de Javier Moreno
Ilustración de Sergio Massó
Cosas modernas
-Filtros de Instagram que sin que lo sepas te hacen los dientes amarillos como los de una rata.
-Hacer fotos a una bicicleta vieja o a un perro triste.
-Las magdalenas con gilipolleces: Cupcackes.
-Fiestas en las que la gente se viste de blanco. Las llaman fiestas ibicencas.
-Góticas con un punto retro o pin-up. Todas ellas con un toque de genuina autenticidad de catálogo.
-El pinterest o “fotologflickrfacebook”.
-Este blog.
-Las dilataciones. Tengo que ver una hecha en una polla... debe ser curioso.
-Tannhauser.
-Los vinilos. Cuanto más antiguos, mejor.
-Las gafas de pasta. Cuanto más grandes, mejor.
-El bigotillo que ni es bigotillo ni nada.
-La rebeca reventada de tu abuelo. Cuanto más reventada, mejor.
-Utilizar cosas que has “reciclado de la basura” combinadas con el último móvil del mercado. A ser posible iPhone.
-Tú y yo.
Texto de Davíd Azorín y Javier Moreno
Ilustración de Sergio Massó
Texto de Davíd Azorín y Javier Moreno
Ilustración de Sergio Massó
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